Debo confesar que
siempre fui una detractora de una arepa solo con mantequilla y queso
blanco rallado, para mi era como pensar en la arepa más pobre que
pudieras llevar a tu mesa, la arepa de más bajo nivel. Recuerdo que
en una época iba mucho con mi mamá a Maracay a visitar a mis
padrinos. Mis padrinos son un ejemplo de trabajo y superación habían
salido del mismo humilde lugar de mi mamá y con los años y mucho
esfuerzo habían montado sus negocios habían logrado una posición
acomodada, daban unas fiestas donde no faltaba comida, bebida y
buenos momentos. Pero al llegar el desayuno, solo servían una arepa
con mantequilla y queso rallado, y no es que no me gustara el queso,
sino que nunca lo sentía protagonista de una arepa, siempre era el
fiel acompañante de un perico, o unas caraoticas fritas o de
cualquier otro relleno, pero nunca solo queso rallado. Ellos tenían
una nevera llena de cosas deliciosas, habían viajado por el mundo
probado mil sabores, y al desayuno solo te ofrecían una arepa con
mantequilla y queso rallado. Llegué a asociarla con pobreza y con
pichirrés.
Pero el destino me daría
una lección valiosa. Tendría la oportunidad de hacer mi primer
viaje fuera de mi patria querida. Fui a los Estados Unidos de
Norteámerica, a Orlando, Florida, fue un viaje de 28 días. Estando
allá el primer día fuimos al supermercado, y conseguimos
rápidamente la harina de maíz precocida para que no nos faltarán
nuestra apreciada arepitas, y si compramos huevos, salchichas,
tocineta, y caraotas negras enlatadas, y queso... bueno unas
rebanadas de algo amarillo que viene en un papelito plástico
separadas. Pero no importa nos daríamos banquete cada mañana con
ese arsenal de proteínas y grasas con nuestras arepas.
A la mañana siguiente,
hicimos nuestras arepas, hasta compramos una sartén para que no
hubiera errores. Y se hicieron los huevos revueltos, tocineta y
salchichas fritas. Y a la hora de comer, todos destapaban aquel
plástico que envolvía lo que era queso amarillo tipo americano. Al
ponerlo sobre mi arepita realmente no sabía si había puesto el
queso o el envoltorio, y no es que no lo conociera de antes, ya en mi
casa lo habían comprado alguna vez, es solo que por costoso creo que
ya nos estaba en nuestra lista, y ahora parecía de esos lujos que te
podías dar en el norte. Pero yo veía todo en mi plato y solo
pensaba en necesito mi queso rallado, aquellos huevos revueltos eran
insípidos, el desborde de grasa en el plato, y yo solo pensaba en un
tazón de queso rallado, quería quitarle aquella plasta derretida
amarilla sobre mi arepa. Y recordaba a mi madrina contando que no iba
a Estados Unidos sin su kilo de queso duro en la maleta. Y pensaba en
aquella arepa que tanto había menospreciado, desbordando de
mantequilla, y con mucho queso rallado que se ponía suave con el
calor de la arepa y con ese balance perfecto de sal y acidez. Y en
ese momento caí en cuenta que faltaban más de tres semanas para
volver a mi hogar. Decidí no comer más nada que tuviera “queso”.
No podía ser infiel a mi muy querido queso blanco duro rallado
dentro de una arepa bien caliente.
Así fue, al retornar a
Venezuela, llegamos a las 9 de la mañana y se olían desde afuera
las arepas asadas tostándose, y ahí escuché la gran pregunta en mi
mente:
-¿Con qué te vas a
comer la arepa?, -Solo
con mantequilla y queso rallado.
AAl morderla sabía
que había regresado a casa.
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