jueves, 25 de febrero de 2016

Arepa con queso blanco rallado

Debo confesar que siempre fui una detractora de una arepa solo con mantequilla y queso blanco rallado, para mi era como pensar en la arepa más pobre que pudieras llevar a tu mesa, la arepa de más bajo nivel. Recuerdo que en una época iba mucho con mi mamá a Maracay a visitar a mis padrinos. Mis padrinos son un ejemplo de trabajo y superación habían salido del mismo humilde lugar de mi mamá y con los años y mucho esfuerzo habían montado sus negocios habían logrado una posición acomodada, daban unas fiestas donde no faltaba comida, bebida y buenos momentos. Pero al llegar el desayuno, solo servían una arepa con mantequilla y queso rallado, y no es que no me gustara el queso, sino que nunca lo sentía protagonista de una arepa, siempre era el fiel acompañante de un perico, o unas caraoticas fritas o de cualquier otro relleno, pero nunca solo queso rallado. Ellos tenían una nevera llena de cosas deliciosas, habían viajado por el mundo probado mil sabores, y al desayuno solo te ofrecían una arepa con mantequilla y queso rallado. Llegué a asociarla con pobreza y con pichirrés.

Pero el destino me daría una lección valiosa. Tendría la oportunidad de hacer mi primer viaje fuera de mi patria querida. Fui a los Estados Unidos de Norteámerica, a Orlando, Florida, fue un viaje de 28 días. Estando allá el primer día fuimos al supermercado, y conseguimos rápidamente la harina de maíz precocida para que no nos faltarán nuestra apreciada arepitas, y si compramos huevos, salchichas, tocineta, y caraotas negras enlatadas, y queso... bueno unas rebanadas de algo amarillo que viene en un papelito plástico separadas. Pero no importa nos daríamos banquete cada mañana con ese arsenal de proteínas y grasas con nuestras arepas.

A la mañana siguiente, hicimos nuestras arepas, hasta compramos una sartén para que no hubiera errores. Y se hicieron los huevos revueltos, tocineta y salchichas fritas. Y a la hora de comer, todos destapaban aquel plástico que envolvía lo que era queso amarillo tipo americano. Al ponerlo sobre mi arepita realmente no sabía si había puesto el queso o el envoltorio, y no es que no lo conociera de antes, ya en mi casa lo habían comprado alguna vez, es solo que por costoso creo que ya nos estaba en nuestra lista, y ahora parecía de esos lujos que te podías dar en el norte. Pero yo veía todo en mi plato y solo pensaba en necesito mi queso rallado, aquellos huevos revueltos eran insípidos, el desborde de grasa en el plato, y yo solo pensaba en un tazón de queso rallado, quería quitarle aquella plasta derretida amarilla sobre mi arepa. Y recordaba a mi madrina contando que no iba a Estados Unidos sin su kilo de queso duro en la maleta. Y pensaba en aquella arepa que tanto había menospreciado, desbordando de mantequilla, y con mucho queso rallado que se ponía suave con el calor de la arepa y con ese balance perfecto de sal y acidez. Y en ese momento caí en cuenta que faltaban más de tres semanas para volver a mi hogar. Decidí no comer más nada que tuviera “queso”. No podía ser infiel a mi muy querido queso blanco duro rallado dentro de una arepa bien caliente.

Así fue, al retornar a Venezuela, llegamos a las 9 de la mañana y se olían desde afuera las arepas asadas tostándose, y ahí escuché la gran pregunta en mi mente:

-¿Con qué te vas a comer la arepa?, -Solo con mantequilla y queso rallado.

AAl morderla sabía que había regresado a casa.

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